Transmitir valores en una empresa no es un “soft skill”. Es una cuestión de supervivencia.

Muchas empresas creen que ya lo tienen resuelto porque pusieron cuatro palabras en la pared: integridad, compromiso, respeto, excelencia. Bla, bla, bla.

¿Resultado? Valores que no significan nada. Cultura que se diluye. Equipos que funcionan a la deriva. Los valores no son decorado corporativo. Son un contrato de identidad. Son un sistema operativo. Y si cada uno los interpreta a su manera, lo que obtienes no es diversidad: es caos.

Un líder que no los define con precisión quirúrgica está regalando su empresa a la entropía. Un líder que no los repite hasta el cansancio está permitiendo que cada mando intermedio los distorsione. Un líder que no confronta desviaciones está aceptando la mediocridad como cultura corporativa.

¿Duro? Sí.

¿Exagerado? No.

Los valores no se “inspiran”. Se encarnan. Se protegen. Se imponen cuando toca.

Porque aquí está la verdad incómoda: Cuando los valores se negocian, mueren. Cuando los valores se diluyen, la cultura se rompe. Y cuando la cultura se rompe… la empresa ya está muerta.

Solo que todavía no lo sabe.

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